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EL FIN, un relato sobre una epidemia

El Fin un relato sobre una epidemia
Imagen de JuiMagicman en Pixabay

Cuando estamos en plena vorágine del coronavirus, os quiero traer  «El Fin«, un relato sobre una epidemia.  Es una historia corta que escribí hace ya un tiempo y que está incluido en mi libro de relatos «Historias en el Límite«. Os lo traigo porque, en cierto modo, tiene relación con lo que estos días estamos pasando. Mi intención era mostrar cómo no es a las enfermedades del cuerpo a las que hay que temer sino a las del espíritu (aunque no quiero que nadie tome esto como que hay que descuidar el cuidado de nuestra salud). Espero que os guste.

El Fin

Durante siglos, la humanidad se preguntó cómo sería su final. Algunos auguraban un apocalipsis violento, resultado de alguna catástrofe cósmica producida por la caída de meteoritos o por el colapso solar o lunar. Otros aseguraban que sería nuestra manipulación de la naturaleza la que acabaría con las condiciones para la vida, debido a cambios climáticos irreversibles y catastróficos. Los ecologistas más radicales pensaban, incluso, que el propio planeta se vengaría y que el final de los tiempos llegaría como consecuencia de una enfermedad virulenta, que purgaría al hombre de su superficie.

Sin embargo, nadie pudo nunca imaginar lo que realmente ocurrió. Cuando el verdadero ocaso llegó, nadie lo esperaba. La humanidad había logrado metas que durante siglos le habían estado vedadas; el clima estaba completamente controlado, las catástrofes naturales eran fácilmente predecibles y evitables, e incluso las enfermedades se habían convertido en algo residual y anecdótico. Se podría decir, que la humanidad atravesaba el periodo más pacífico de su historia. Por eso, lo sucedido fue tan inesperado.

El 21 de mayo de 2112, todas las mujeres del mundo, sin importar su edad o condición, se hundieron en un repentino sueño del que no volvieron a despertar. Simplemente se recostaron, allí donde estaban, y cerraron sus ojos para no volver a abrirlos. Se apagaron, al igual que la llama de una vela, barridas por un viento invisible.

Yo trabajaba como jefe de virología en el Complejo Médico Central de Nueva York. Nuestro trabajo era rutinario, llevábamos años sin afrontar ningún brote vírico relevante y nos limitábamos a la preparación de nano vacunas y a la esterilización, detección y eliminación de agentes toxicológicos ambientales. Por eso, cuando el caos se desató a nuestro alrededor, no estábamos preparados para afrontarlo y todo se desbordó. Los hombres colapsaron los sistemas de urgencia, intentando conseguir atención para sus esposas, hijas, hermanas o madres, pero la asistencia era prácticamente imposible, ya que los hospitales y centros sanitarios también habían sufrido la pérdida instantánea de todo su personal femenino. Todo el esfuerzo que realizamos los sanitarios fue inútil, a las pocas horas de caer en su extraño sueño, todas las mujeres murieron y la humanidad se enfrentó al mayor desastre que había conocido.

En un mundo que se había acostumbrado a la paz social, la violencia, provocada por la desesperación y el desconcierto, se apoderó de las calles, mientras la población desataba su frustración.

Mientras tanto, el consejo médico mundial realizó una llamada a la comunidad científica para intentar averiguar qué había pasado y a mí me tocó coordinar los estudios infecciosos. En principio, pensamos que algún tipo de cepa virológica o bacteriológica podía ser la responsable, pero, tras varias semanas de estudio detallado de miles de muestras, y, después de haber comprobado el alcance global e instantáneo del fenómeno, comprendimos que aquello era algo totalmente diferente. Todas las miradas se volvieron entonces hacia el estudio ambiental, en busca de algún tipo de radiación o fenómeno físico, pero también fue inútil. Poco a poco, se fueron descartando todas y cada una de las hipótesis expuestas y la mayoría de científicos empezamos a aceptar que nunca sabríamos lo sucedido.

Convencidos, como estábamos, de que nunca volvería a haber hembras de la especie humana, decidimos buscar métodos alternativos de reproducción. Pensamos en la clonación que, aunque estaba prohibida por motivos bioéticos desde hacía generaciones, se revelaba ahora como nuestra única esperanza. Sin embargo, los bancos de óvulos humanos eran inexplicablemente inservibles y, al recurrir a óvulos de origen animal modificados genéticamente, todos los embriones resultaron inviables. Era como si una mano invisible hubiese decidido que nunca habría un nuevo ser humano sobre la Tierra.

La idea de que el fin de la humanidad era sólo cuestión de tiempo, se abrió paso con rapidez entre la población, llenando las calles de desesperación y abatimiento. Los suicidios se convirtieron en algo cotidiano y la población mundial comenzó a disminuir rápidamente.

Fue casi un año después de que empezase todo, cuando oí los primeros rumores. Al principio fueron retazos de conversaciones y algunos murmullos, captados fugazmente en la cafetería del hospital. Me enteré de qué se trataba, dos semanas después, gracias a mi amistad con el jefe del personal de limpieza.

–Tienes que prometerme que no se lo dirás a tus superiores –me pidió de forma enigmática.

– Puedes confiar en mí –le aseguré.

–Está bien –continuó–. Hay una mujer superviviente, la llaman “madre”.

–¿Cómo? –exclamé impresionado– ¡Si eso es cierto, pude ser la clave para comprender lo que ha pasado!

–Por eso no quería contártelo –me interrumpió, pidiéndome con un gesto de la mano que no llamase la atención–. Si las autoridades se enteran, le harán toda clase de pruebas y eso sería su fin.

–Pero debemos encontrarla y examinarla, puede que nos de las respuestas que necesitamos –insistí.

–Si quieres respuestas, ella te las dará en persona –me aseguró–. Puedo concertarte una entrevista.

Naturalmente, acepté la propuesta y una semana después fui conducido, con los ojos vendados, al encuentro de la misteriosa mujer. Tras unas horas de viaje, me quitaron la venda y me encontré en un lugar que parecía sacado de un libro de historia antigua. Se trataba de una perfecta recreación holográfica de un campo de trigo y maíz, en el que se adivinaba un sendero que terminaba en una pequeña cabaña de madera. Me interné por el camino hasta llegar a la casa y fue entonces cuando la vi.

Era una mujer de edad avanzada. Estaba sentada en una mecedora, mientras tejía con precisión algún tipo de prenda. Tras unas pequeñas gafas de montura plateada, que reconocí por mis libros de historia médica, se escondían unos pequeños ojos azules, rodeados de las marcas de los años y llenos de la sabiduría que da la edad. Sentí un nudo en la garganta al ver, en su rostro arrugado y pacífico, reflejadas todas las mujeres que habían pasado por mi vida y que había perdido tan cruelmente. En aquel momento comprendí por qué la llamaban “madre”.

–¡Ya estás aquí! –susurró con voz gastada, como si me conociera de toda la vida.

–¡Hola! –contesté estúpidamente.

–¿A qué has venido? –preguntó, indicándome con un gesto de su mano que me sentase a su lado.

–Necesito saber por qué está usted viva. Si consigo averiguarlo, quizá haya alguna manera de dar a la humanidad otra oportunidad –le expliqué.

-–¿Otra oportunidad? –preguntó– ¿Para qué?

–¿Cómo que para qué? –exclamé desconcertado.

–Vivir no es una meta en sí misma –respondió–. Sólo es un medio del que nos valemos para colmar los anhelos de nuestras almas. Mira a tu alrededor y dime ¿qué ves?

–Un holograma de un campo de maíz.

–Exacto –repuso–. Un holograma, pero no auténtico maíz o trigo cultivado con esfuerzo por las manos del hombre.

–Eliminamos la necesidad de cultivos, cuando se descubrió la síntesis de alimentos –le expliqué desconcertado.

–¡Claro! –exclamó– ¡Igual que eliminasteis los bosques y animales, cuando descubristeis que un ambiente esterilizado aumentaba la longevidad y disminuía las enfermedades, o igual que controlasteis el clima para crear una tierra a vuestra medida!

–¿Y qué hay de malo en ello? Hemos desterrado el sufrimiento y traído la paz y el bienestar al ser humano. Además, existen recreaciones, como ésta, que permiten experimentar el mundo natural.

–Con la naturaleza reducida un mero escenario sin alma, las emociones controladas, la sociedad estructurada con precisión y la ciencia convertida en un corsé con el que moldear el mundo, habéis privado al espíritu humano de sus ansias de superarse –replicó emocionada– ¿Cuánto tiempo hace que nadie pinta un cuadro emotivo, cincela una escultura sugerente o escribe un novela de amor?

–No lo entiendo –repuse con sinceridad– ¿Qué tiene que ver todo esto con lo muerte de las mujeres?

–Las mujeres no han muerto, es el mundo el que está muerto desde hace años. Lo único que ha ocurrido, es que el espíritu de la mujer ha sido el primero en darse cuenta de que ya no había anhelos por los que luchar.

–Y usted, ¿por qué no ha muerto también?

–Yo siempre fui una rebelde –exclamó, echándose a reír.

Aquel día volví a casa y miré a mi alrededor con ojos distintos, hasta que el sueño empezó a vencerme, a mí y al resto de los hombres.

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El extraño caso de Wesley Key

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El extraño caso de Wesley Key

Aunque para muchos la historia de Wesley Key es una simple leyenda urbana, una de esas historias que alguien ha oído de alguien, que dice ser amigo de alguien que le conoció, lo cierto es que, por raro que parezca, sucedió realmente.

Wesley vino al mundo en un bloque envejecido de pisos de Bay Ridge, entre los vapores de la ginebra con la que una vieja comadrona le limpió las heridas del cordón umbilical. He llegado a pensar que, aquellos efluvios etílicos que envolvieron su cerebro sin formar, fueron los que a la postre determinaron su extraño destino.

Yo le conocí años después, cuando mi padre perdió su empleo en Manhattan y tuvimos que trasladarnos. Fue el día en que hicimos la mudanza, Wesley estaba sentado en las escaleras de mi futura vivienda jugando con una pelota mugrienta observándonos desempacar. Recuerdo que me llamó poderosamente la atención la sincera y amplia sonrisa con la que nos recibió, en la que faltaban las palas y colmillos superiores. Cuando nos hicimos amigos, me contó que había perdido los dientes en una apuesta. Se había empeñado en que era capaz de abrir una botella de cerveza con los dientes. Lo que no sabía es que habían pegado la chapa. Cuando Wesley se dio cuenta de que le habían tomado el pelo, no se dio por vencido y, al final, acabó con veinte dólares en el bolsillo y los dientes totalmente destrozados.

Sus primeros problemas con el alcohol empezaron cuando su padre murió en un accidente en los muelles. El seguro a penas cubrió los gastos del entierro por lo que su madre tuvo que empezar a trabajar durante todo el día. Wesley, con apenas catorce años, se vio obligado a abandonar el colegio y a empezar a repartir periódicos.  En Brooklyn y en pleno invierno repartiendo diarios por las esquinas, la única manera que encontró para combatir el frío fueron las viejas botellas de ginebra que su padre guardaba en casa.

Siempre me lo encontraba en la esquina de la calle, con su sonrisa desdentada y burlona y el bulto de una pequeña petaca bajo su desgastada chaquetilla de franela. Al acabarse la ginebra pasó al whiskey barato que vendían a granel en las bodegas de los hermanos Cowen; dos inmigrantes irlandeses con pocos escrúpulos para dar alcohol a menores. Con dieciséis años conocía ya todos los bares y tabernas de Brooklyn. Sin embargo, a pesar de haberle visto beber una y otra vez, día tras días, jamás le había visto borracho. Era como si las bebidas no tuviesen efecto alguno sobre él.

Recuerdo especialmente el día en que los Brooklyn Dodgers consiguieron derrotar a los Yanquis de Nueva York y ganar la Liga Mayor de Béisbol. Todos los jóvenes salimos a las calles a celebrarlo y, aunque Wesley bebió sin parar durante toda la noche, cuando las luces del nuevo día despuntaron, él seguía tan fresco como una lechuga mientras la mayoría de nosotros estábamos borrachos o inconscientes

Ni siquiera cuando Betty Langrage, la única mujer de la que fue capaz de enamorarse, murió atropellada por un conductor ebrio, Wesley fue capaz de emborracharse. Bebió y bebió durante días, pero jamás le vi mostrar el menor signo de que el alcohol le estuviese afectando.

Una vez le pregunté por qué bebía de aquella manera si no era capaz de emborracharse, ni siquiera de alegrarse con una copa.“Porque tengo la esperanza de que alguna vez el alcohol consiga borrar de mi vida todo lo que me ha salido mal” me respondió.

Poco a poco, su inusual inmunidad al alcohol fue convirtiéndole en toda una celebridad. Le apodaron Whiskey, haciendo un desafortunado juego de palabras con su nombre, y los retos en bares o tabernas empezaron a sucederse. Todo el mundo quería saber hasta dónde era capaz de llegar, pero el resultado era siempre el mismo; su oponente derrumbado, incapaz de levantarse del asiento por sí mismo, y Wesley pidiendo una copa más.

Por eso, cuando un nuevo local en Williammsburg anunció que ofrecería, a todo el que acudiese el día de su inauguración, cuanto alcohol fuese capaz de consumir, fuimos muchos los que pensamos que Wesley no se perdería la oportunidad de demostrar una vez más su peculiar habilidad.

El día de la inauguración había cientos de personas apretujándose en la puerta del local. Estaba a punto de irme, convencido de que no podría pasar, cuando divisé a Wesley junto a la entrada. Con una mano me hizo un gesto para que le acompañase al interior. Cuando llegué a su altura me comentó en voz baja “hoy puedo conseguirlo, por una vez no tendré que preocuparme por el dinero”. Intenté persuadirle, pero su decisión era inquebrantable, así que decidí acompañarle al interior.

En una mesa habían preparado varias botellas de whiskey y un hombre, cuya corpulencia frente a la fragilidad física de Wesley parecía presagiar una dura contienda, esperaba ansioso mostrando un fajo de cien dólares en su mano. Wesley depósito otros cien dólares para cubrir la apuesta y se sentó frente a él. Los pequeños vasos de Whiskey empezaron a desaparecer uno tras otro, mientras ambos hombres bebían por turnos. El duelo duró más de una hora, hasta que finalmente el grueso oponente de Wesley, que apenas era ya capaz de levantar su bebida, rechazó la nueva ronda incapaz de continuar. Hicieron falta tres hombres para ayudarle a salir de local.

Creía que allí acabaría todo, pero Wesley  no pensaba igual. Ante el asombro general, juntó todo el dinero ganado y lo puso en la mesa, repitiendo la apuesta. Aquello me asustó. Wesley había bebido casi dos botellas de whiskey y continuar me parecía demasiado peligroso. Intenté convencerle de que abandonase pero se limitó a reír, mirándome con una extraña expresión de seguridad que no supe interpretar. Intenté levantarle por la fuerza, pero rápidamente dos matones del local me sujetaron por los brazos inmovilizándome.

El duelo se repitió no una sino tres veces más, ante mi mirada horrorizada y la fascinación asombrada del público. Nadie era capaz de comprender como aquel pequeño cuerpo podía soportar tan increíble castigo sin mostrar signo alguno de embriaguez.

Cuando el cuarto hombre tuvo que ser retirado entre vómitos, Wesley me miró de nuevo y puedo jurar que aquella mirada fue la más clara y limpia que le vi jamás. Su serenidad era increíble. Con un gesto de la mano dio por terminadas las apuestas y se levantó, recogiendo todas sus ganancias. Después, se acercó hasta mí pidiendo que me soltasen.

Me miró sonriendo e introdujo el dinero en el bolsillo de mi chaqueta, susurrándome al oído: “No lo necesito, por fin lo he conseguido”. Cuando, confundido, intenté impedir que introdujese aquel montón de dólares arrugados en mi bolsillo, el tacto de su piel me hizo asustarme de tal manera, que di un paso hacia atrás tambaleándome. Su mano estaba húmeda, resbaladiza y era extrañamente flexible. Tuve la impresión de que algo horrible le estaba pasando. Wesley dio un paso atrás sonriendo de nuevo. No puedo explicar el espanto que sentí al ver su dentadura completa milagrosamente.

Todas las personas que estaban en el bar se dieron cuenta de que algo extraño estaba sucediendo. El silencio era sepulcral. Poco a poco se fueron alejando, apretujándose en los límites del local, pero incapaces de abandonarlo, como si presintiesen que, aunque horrible, lo que estaba ocurriendo era algo fascinante que debían presenciar.

Wesley  cerró los ojos y eso fue el principio. Sus rasgos empezaron a diluirse, como si su rostro no fuese más que una máscara de cera a punto de derretirse. Su piel comenzó a volverse traslúcida, a la vez que todo su cuerpo empezaba a contraerse. Ante los ojos atónitos de todos los que estábamos allí, Wesley Key fue perdiendo coherencia física a medida que su cuerpo se diluía. En apenas unos minutos, lo único que quedaba de él era un charco de líquido transparente y un montón de ropa empapada.

No hace falta decir que se formó un gran escándalo cuando la gente, completamente espantada, abandonó el local, unos gritando y otros totalmente descompuestos ante el horrible espectáculo. Cuando la policía llegó, lo único que pudo certificar era que había un charco de whiskey y un montón de ropa en medio del local.

En los periódicos se dijo de todo, desde que se había tratado de una alucinación colectiva, hasta que la bebida estaba adulterada con algún alucinógeno que produjo el pánico general. El local, del que ya nadie recuerda el nombre, fue cerrado y en su lugar se construyó una torre de apartamentos.

Hoy en día, Wesley Key se ha convertido en un mito, pero era mi amigo y yo estuve con él aquella noche. Por eso, cuando alguien en tono de burla me cuenta la leyenda de un hombre llamado Whiskey, me levantó y saco de un cajón de mi cómoda un pequeño fajo de dólares, en el que existe una extraña huella dibujada, la huella de una mano húmeda que, aún hoy, huele terriblemente a whiskey barato.

FIN

Espero que hayáis disfrutado la lectura de esta obra. Podéis encontrarla, junto a otros relatos, en mi antología  «Historias en el Límite Volumen II»

Historias en el Límite (Volumen II)

Hoy os presento el segundo volumen de “Historias en el Límite” en el que continúo la recopilación de mis primeras historias que, por fin ven la luz, después de pasar demasiado tiempo en el desván del recuerdo.

En el mundo de la literatura, como lamentablemente ocurre en muchas otras facetas de la vida, aún existen demasiados prejuicios, por lo que aún hay quien considera lo literatura de “género”, una literatura inferior. Por eso, con estos relatos, que abarcan desde el terror y la fantasía hasta la ciencia ficción, pretendo reivindicar que temas tan complicados como la violencia de género, el abuso infantil o la depresión pueden abordarse en estos géneros literarios, logrando emocionar y conmover, al menos de igual manera que con una literatura más realista.

Si lo he conseguido o no, vosotros sois quienes debéis juzgarlo.

No os lo perdías durante toda esta sema lo podéis conseguir en formato electrónico de forma totalmente gratuita en Amazón:

Formato ebook

Tapa Blanda

Historias en el límite (Volumen I)

Después de la reciente publicación de mi novela “El libro de Toth”, ha llegado el momento de poner en marcha un proyecto que he ido postergando, por uno u otro motivo, durante demasiado tiempo. Se tata de una recopilación de los relatos que durante estos años he ido escribiendo y que me han permitido ganar algunos concursos literarios y, sobre todo, ir mejorando poco a poco como escritor.

Hoy os traigo el primer volumen de los dos que componen la recopilación y lo hago con una semana completa del día 15 al 20 de abril en que podréis descargarlos en Amazón de forma totalmente gratuita.

Espero que os gusten y os pido, por favor, que me dejéis aquí en el blog o en Amazón vuestro comentarios y valoraciones. ¡¡Prometo no censurar ninguna por negativa que sea!!

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Consigue mi novela gratis esta semana

PortadaToth Libro

Si en mi último post os anunciaba la publicación de mi última novela hoy quiero anunciaros que durante toda esta semana podréis descargarla completamente gratis desde Amazón. Al final del post os dejaré el enlace para que podáis descargarla.

Se que que muchos escritores no comparten que sus obras puedan ser distribuidas en formato ebook y mucho menos ofrecidas de forma gratuita, ya que piensan que es una llamada al pirateo y que sus obras circularán sin generarles beneficios. En mi opinión, considero que, luchar contra los nuevos formatos electrónicos es, para cualquier creador sin importar su disciplina, un tremendo error. Internet no es un enemigo del arte sino que, por el contrario, es su mejor aliado y está contribuyendo a la divulgación mundial de obras de formas antes inimaginables.

Por eso, lo más lógico como autores no es luchar sino aliarnos con los nuevos formatos e intentar sacarles todo su potencial. Ofrecer mi novela de forma gratuita es para mi una forma de ponerla al alcance de muchos lectores que, de otra forma, no podrían nunca llegar a conocerla. Lectores que, si les gusta la novela, la recomendarán a otros lectores que quizá más adelante la adquieran en otros formatos.  El único culpable de que una obra no se venda lo suficiente  no es Internet sino probablemente  la falta de calidad de la misma.

A continuación os dejo el enlace y, recordad la oferta sólo estará disponible esta semana:

El Libro de Toth: La novela que desvela la historia del libro más poderoso jamás escrito

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