Cabecera Jack el destripador

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Muere Corín Tellado

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La dama de la novela romántica por excelencia, Corín Tellado, ha muerto a dos semanas de cumplir los 83 años de edad. A sus espaldas deja más de 400 millones de ejemplares vendidos de sus obras que la convierten en la escritora más leída en lengua castellana después de Miguel de Cervantes, según confirma la propia UnescoMaría del Socorro Tellado López, más conocida como Corín Tellado, murió el pasado sábado en su domicilio de Gijón.

corin_telladountitled2A lo largo de su prolífica carrera publicó más de 4000 títulos, que la valieron para entrar en la edición española del libro Guiness de los Records como la más vendida en lengua castellana. Esta escritora asturiana, nacida en 1927 en Viavélez, publicó su primer novela en 1946 y ha muerto, tras presentar su última obra el pasado miércoles. P

ublicada originalmente por la editorial Bruguera, que la convirtió en un mito de la posguerra publicando sus novelas a precios populares, 4 ó 5 pesetas el ejemplar, pasó en 1951 a ser conocida en toda Latinoamérica, gracias a la revista Vanidades, que la contrató para escribir dos novelas cortas al mes.          Esta escritora infatigable fue capaz de mantener un ritmo de escritura que llegó a la increíble cifra de una novela a la semana.

Sus historias casi siempre de amor, estaban protagonizadas por mujeres que se veían inmersas en historias apasionadas y dramáticas que solían acabar con un final feliz, para alegría de sus lectores. Llegó a ser la escritora más leída de España y América Latina, arrancando la admiración de escritores de la talla de Guillermo Cabrera Infante y Mario Vargas Llosa. Sus obras han sido adaptadas al cine y la televisión, donde han llegado a protagonizar series de gran acogida.

Fue muy conocida también gracias a las radionovelas, que contribuyeron en gran medida a su gran popularidad. En 1995 fue nombrada Hija Predilecta del municipio de El Franco. En 1998 recibió la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo y en 1999, la Medalla de Asturias.

Publicado originalmente en Espaciolibros

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Premios Nobel de Literatura con acento de mujer

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Ahora que se acerca el día internacional de la mujer, que se celebrará el próximo 8 de marzo, parece un momento muy oportuno para dar un repaso a el papel de la mujer en la literatura.  Tradicionalmente, la mujer ha sido discriminada en todas las disciplinas artísticas y, lamentablemente, la literatura no es una excepción; las escritoras que han logrado auparse al Olimpo de los grandes nombres de la literatura a lo largo de la historia, han sido escasas y poco valoradas (salvo honrosas excepciones). Incluso en el campo de la ficción los personajes femeninos se han visto mayoritariamente reducidos a meros comparsas y acompañantes de los protagonistas, habitualmente masculinos. Por eso, nos parece oportuno realizar un repaso y homenaje a las mujeres que han sido capaces de alzarse con el galardón más importante del mundo de las letras: El Premio Nobel de Literatura. Este premio, otorgado por la Academia Sueca, es uno de los cinco premios específicamente señalados en el testamento del millonario sueco Alfred Nobel y premia “a quien haya producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal”. Hasta ahora, tan sólo once han sido las mujeres galardonadas con este premio, lo que no deja de ser una excepción en un premio otorgado ininterrumpidamente desde 1909, y merece la pena rescatar ahora sus nombres, con la esperanza de que la lista se incremente en la justa proporción que la literatura femenina merece. Premios Nobel de Literatura otorgados a escritoras:

  1. Selma Lagerlöf (1909) Suecia, 1858-1940. Novelista sueca especializada en la mitología, la leyenda y lo sobrenatural. Auténtico baluarte de la literatura sueca de todos los tiempos.
  2. Grazia Deledda (1926) Italia, 1871-1936. Novelista italiana que realiza un retrato fidedigno de la sociedad de su época. Destaca su obra La Madre y la autobiográfica Cósima.
  3. Sigrid Undset (1928) Noruega, 1882-1949. Especializada en la historia medieval de su país. Entre sus obras destacan Kristin Lavransdotter y la tetralogía El señor de Hestviken.
  4. Pearl S. Buck (1938) EEUU, 1892-197. Novelista americana muy influenciada por la literatura de China, donde pasó gran parte de su juventud. En su obra La buena tierra retrata fielmente su vida en China.
  5. Gabriela Mistral (1945) Chile, 1889-1967. Su nombre real era Lucía Godoy, fue educadora, ensayista y poeta. Su influencia fue reconocida por autores como Pablo Neruda y Octavio Paz.
  6. Nelly Sachs (1966) Alemania, 1891-1970. De origen judío, es una gran poeta que centra su obra en la historia del pueblo hebreo.
  7. Nadine Gordimer (1991) Sudafrica, 1923. Escritora sudafricana muy sensibilizada con el apartheid y la discriminación, que denuncia con fuerza en toda su obra. Entre sus novelas destacan La historia de mi hijo, Un mundo de extraños y Ocasión para amar.
  8. Toni Morrison (1993) EEUU, 1931. Novelista americana que denuncia la discriminación sufrida por la población negra en Estados Unidos. Entre sus obras destacan Sula, Jazz e Hija amada, que fue llevada al cine.
  9. Wislawa Szymborska (1996) Polonia, 1923. Poeta de origen polaco inspirada inicialmente por las ideas igualitarias del comunismo, pero que después abandonó para crear un mundo más personal.
  10. Elfriede Jelinek (2004) Austria, 1946. Autora teatral, novelista y ensayista, su obra se mueve entre la prosa y la poesía, su obra se caracteriza por una dura crítica a la discriminación de la mujer.
  11. Doris Lessing (2007) Irán, 1919. De origen iraní, reside en Londres. Retrata en su obra los conflictos culturales y las injusticias sociales y políticas basándose en experiencias personales. Su obra más conocida es El cuaderno dorado, que la convirtió en un icono del feminismo.

Publicado originalmente en Espaciolibros

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Presencia: Por primera vez en España, el libro que recoge obras inéditas de Arthur Miller

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Esta semana se pone a la venta en España Presencia, un libro que recoge una colección de relatos póstumos y completamente inéditos, hasta ahora, del famoso escritor estadounidense Arthur Miller. Nacido en Nueva York el 17 de octubre de 1915 y fallecido en Roxbury, Connecticut el 10 de febrero de 2005, Arthur Miller es uno de los dramaturgos más conocidos de los Estados Unidos.

muerteviaj003Hijo de una familia polaca de clase media, vivió en Manhattan junto a Central Park, hasta que los rigores de la gran depresión llevó a su familia a mudarse a Brooklyn. Estudió periodismo en la Universidad de Michigan,donde empezó a despuntar ganando su primer premio, el Premio Avery Hopwood. Destacó como guionista escribiendo desde guiones radiofónicos hasta numerosas obras de teatro pasando por famosas obras cinematográficas. Su consagración definitiva se produciría en 1949 con su obra La muerte de un viajante, que denuncia con dureza en la vacuidad del sueño americano, y con la que conseguiría el Premio Pulitzer, premio que volvería a conseguir en 1955 por su obra Panorama desde el puente.

Toda su obra está caracterizada por una clara crítica social que le valió ser víctima de la caza de brujas en 1950, siendo acusado de ser simpatizante comunista por el mismísimo Elia Kazan, acusación que él siempre negó. Fue declarado culpable de desacato por negarse a delatar a más supuestos comunistas, pero, afortunadamente, el Tribunal de Apelación de los Estados Unidos anuló la sentencia.

En España le fue reconocida toda su ingente obra con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, que le fue concedido en 2002.Ahora tenemos la oportunidad de acercarnos mejor a su obra con esta recopilación de relatos inéditos, Presencia, que publica ahora Tusquets y que fue publicado originalmente en Estados Unidos en 2007 con un gran éxito.

La traducción al español ha sido realizada por Vitoria Alonso Blacon que describe así la obra: «Los seis relatos tienen tintes autobiográficos y en todos ellos existe una exploración de la añoranza del deseo en las diferentes etapas de la vida. Todo ello, con una mirada nostálgica hacia el pasado, la de un hombre al final de su vida”.

Los temas sociales y los personajes marginales que sobreviven en el límite de la pobreza, pueblan las hojas de esta obra que esperemos alcance en España el mismo éxito que ha logrado en EEUU.Via Agencia EFE

Publicado originalmente en Espaciolibros

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El Premio Gordo de Vicente Blasco Ibáñez

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Como brillante colofón a nuestro repaso a la mejor literatura navideña, os traemos un relato de uno de los mejores novelistas españoles de todos los tiempos: El Premio Gordo de Vicente Blasco Ibáñez.

Nacido en Valencia el 29 de enero de 1867 y fallecido en Menton (Francia), el 28 de enero de 1928, fue un afamado novelista, que destacó también como periodista y político español. Gran admirador de Miguel de Cervantes, se decía de él que escribía con una gran rapidez . Estudió Derecho y participó activamente en política, donde se caracterizó por su oposición a la monarquía y sus ideales republicanos. Fue un personaje peculiar y enormemente activo. Con 21 años ingresó en la masonería, adoptando el nombre simbólico de Danton.

Blasco Ib%C3%A1%C3%B1ezFundo el diario El Pueblo en 1893 y llegó a estar en prisión algunos meses por su militancia republicana en 1896. Entre 1898 y 1907, ocupó escaño en el Congreso de los Diputados, representando al Partido Republicano, más tarde se integraría en el Partido de Unión Republicana Autonomista.  Retrato de Vicente Blasco Ibáñez obra del pintor Alejandro Cabeza Como escritor, fue respetado y admirado por seguidores y detractores.

Después de escribir Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916), llegó a ser ampliamente conocido, sobre todo en EEUU, donde la novela alcanzó tal fama, que era más leída que la propia Biblia. Sus obras han sido adaptadas al cine y la televisión en múltiples ocasiones.

Hoy os traemos un pequeño relato navideño titulado El Premio Gordo, en el que un hombre llamado Jacinto cuenta cómo cambia su vida a raíz de tocarle el Premio Gordo en la Lotería de Navidad. Tras sufrir un ascenso en sociedad, ser afortunado en el amor y ser reconocido en su profesión, descubrirá que todo es una falacia y morirá en un duelo al enterarse como su mujer le engaña. Afortunadamente, todo resultará ser una ensoñación que le hará ver con poco deseo el resultado del Sorteo de Navidad.

Una pequeña fábula sobre la futilidad del éxito conseguido sin esfuerzo y sobre la banalidad de basar el valor de nuestras vidas en los valores materiales olvidando los valores espirituales, que son los únicos que, al final, pueden darnos la verdadera felicidad.

Os dejamos a continuación el relato íntegro:

El Premio Gordo de Vicente Blasco Ibáñez

Jacinto apuró el último sorbo de café que contenía la taza, chupó furiosamente su cigarro, y luego púsose a contarme la siguiente historia:

I

Conviértete en Dios y dale a un hombre todo el talento y la fortuna posibles en este mundo.
De seguro que se alegrará mucho; pero la tal alegría no será ni un trasunto pálido de lo que sentiría si por Navidad le cayesen en bolsillo 50.000 duros envueltos en un billete de lotería.
Es preciso haber experimentado tal sorpresa para comprender el gozo que uno siente al encontrarse de pronto con un millón y pasar de la categoría de perdido a la de millonario, aunque nada más sea en singular.
¡Ay, amigo mío! Yo me estremezco todavía cuando recuerdo lo que experimenté al ver que era poseedor de una parte decimal del premio gordo.
Aquello significaba tanto para mí como para el náufrago que, montado en un madero, distingue entre las brumas la cercana costa.
Después de la abstinencia, la hartura.
Luego de los frecuentes ratos de melancolía, la alegre existencia del hombre que, siendo joven, tiene mucho dinero.
Aquel billete premiado ostentaba para mí, escrito en caracteres visibles, un nuevo método de vida.
Abandono completo de la mísera casa de huéspedes, con su catre desvencijado y sus comidas sucias y estrambóticas.
Renuncia de la vida aventurera y bohemia. Abstención de dar sablazos a nadie. Y, sobre todo, casarme con mi Gabriela, con aquel ángel de luz a quien debía el ser poseedor de la tal cantidad.

Ella me había sugerido la idea de comprar el décimo ahora premiado y a sus muchos rosarios rezados por la noche en la cama, a hurtadillas de la mamá, debía sin duda los favores de la fortuna, tan pródiga para conmigo.

Ni un solo instante se me ocurrió el olvidarla al encontrarme millonario.
«Amigo mío —me dije—: Gabriela es una pobre chica que te ha querido siendo tú un muchacho de vida poco ejemplar. Nada más justo que darle tu mano ahora que eres rico y puedes hacer su felicidad».
Y fui corriendo a casa de mi novia para participarle la noticia.
Hubo lo que era de esperar al conocerla junto con mi demanda matrimonial.
Desmayo de la niña, lágrimas de la mamá, abrazos del padre, y después sonrisas cariñosas de todos, y en especial de Gabriela.
¡Pobre chica! En toda su vida gozó tanta felicidad como en aquel instante. Yo tampoco creo haberme encontrado nunca tan alegre, y…
Vamos, me falta poco para llorar cuando recuerdo aquel momento.

II

A los quince días nos casamos.
Y nuestro casamiento fue propio de un hombre que posee 50.000 duros.
Gran convite, chispeantes brindis, amorosos epitalamios y borracheras de champagne. De todo esto hubo en nuestra boda.
Después, Gabriela y yo partimos para París el mismo día, pues para seguir las costumbres de la moda es preciso encerrar las mejores escenas de la luna de miel en un coche de primera.
De París pasamos a Italia y allí permanecimos bastante tiempo, gastando mucho y divirtiéndonos como yo nunca había podido imaginar.
Cuando volvimos a nuestra patria, ¡qué feliz y portentoso cambio se había operado entre las muchas personas que yo conozco!
Todos me trataban como a un hombre nuevo y nadie parecía recordarse de aquel muchacho que algunos meses antes apenas si se dignaban saludar.
En esto tal vez influiría el diferente aspecto que yo presentaba. Verdaderamente debía estar desconocido.
Antes vestía miserablemente, pagaba un pupilaje de ocho reales y necesitaba valerme de mil artes para subsistir. Mientras que ahora poseía coches, seguía las modas y siempre tenía dinero dispuesto a satisfacer las necesidades de los amigos.
Comprendí, además, por ciertas manifestaciones, que mi talento había sufrido un rápido desarrollo sin darme yo cuenta de ello.
Aquellos mismos periódicos en cuyas redacciones había sufrido sonrojos mendigando la publicación de mis obras, ahora daban a luz pomposas gacetillas en las que se me llamaba eminente publicista, ilustre literato y armonioso poeta; y en los cafés, cuando, rodeado de los amigos, soltaba alguna majadería, todos aplaudían a coro y no faltaban muchos que decían por lo bajo, si bien procurando que yo les oyera:

—Este Jacinto tiene un talento asombroso.

En fin, amigo mío, que yo era otro hombre, porque mi personalidad pesaba, sin duda, más en la opinión de la gente con el aditamento de mis 50.000 duros que, dicho sea de paso, gastaba muy aprisa.
También en Gabriela habíase efectuado un cambio trascendental que noté yo solo. Mi mujer me amaba: esto lo sabía yo de una manera cierta y buena prueba de ello me había dado durante la época de nuestros galanteos. Pero, a los pocos meses de casada su cariño enfrióse bastante, y dejó muchas veces de ocuparse de mí para fijar toda su atención en las modas y esas otras materias fútiles a que tan aficionadas son las mujeres.

Gabriela, al ser rica, deseaba brillar tanto como sus nuevas amigas de alta sociedad; y esto, unido a que aquellas no vivían muy unidas a sus cónyuges, hacía que mi mujer, por espíritu de imitación propio del que está alejado de su esfera, no fuese tan apasionada conmigo como antes.

Yo deseaba una vida alegre y llena de comodidades, pero libre de las tiránicas obligaciones del gran mundo. Mi esposa, por el contrario, amaba la etiqueta y las ridículas ceremonias sociales formaban su principal encanto. Esta diferencia de aficiones producía un ligero enfriamiento en nuestro trato y era causa de que Gabriela me considerase, allá en su interior, como un hombre basto y desprovisto de toda elegancia.

Yo debía haber previsto los resultados de tal diversidad de pareceres; pero, por desgracia, no pensé en ellos y, antes al contrario, asentí a todas las peticiones que me hizo mi esposa. Y di en mi casa bailes y reuniones, a los que concurrieron la flor y nata de la elegancia, y sucedió que…

Pero no anticipemos los sucesos, como dicen los novelistas.

III

¡Qué aspecto tan brillante ofrecía mi casa en las noches de bailes! Porque yo daba bailes y gastaba como un Rostchildt, creyendo que el millón no llegaría nunca a agotarse.

Aquello era un torbellino de negros fracs y blancos vestidos de encajes meciéndose al compás de las arrebatadoras notas de Strauss. ¡Y qué hermosos y confortables eran mis salones!

En ellos había invertido gran parte de mi fortuna y todos los recursos de mi imaginación, que ya sabes no es nada pobre en punto a fantasía.
Mi casa la frecuentaban aquellas noches los principales personajes de Madrid y no era extraño ver en ella a los embajadores de las principales potencias, a los títulos más apergaminados (en sentido metafórico), y aun de vez en cuando a algún ministro de la corona.
Nadie se acordaba de la posición que algunos años antes ocupábamos Gabriela y yo, y todos acudían a mis bailes, ansiosos de divertirse tanto en el salón como en el buffet.
La verdad es que yo era el que menos gozaba en las tales noches.

Mis convidados se paseaban por toda la casa, hacían cuanto era de su gusto y no se acordaban del dueño para nada.

Rara era la noche en que no me presentaban cuatro o cinco caballeros que, después de los saludos y cumplimientos de costumbre, se metían en los salones con la seguridad del que pisa terreno propio, y no volvían ni tan sólo la cabeza cuando yo pasaba alguna vez por su lado.

En tanto, este infeliz tenía que ir haciendo el dominguillo por los corrillos de las damas, preguntando a los jóvenes si se divertían y echando flores a las mamás, algunas de las cuales podían ya por poco servirme de abuelas.

Te digo que aquello era tan enojoso para mí, que mil veces hubiera suprimido los bailes a no ser por Gabriela, que los tenía como artículo de perentoria necesidad.

Ella sí que se divertía. Constantemente estaba rodeada de un sinnúmero de adoradores y la infame se sonreía al escuchar sus amables ternezas.
Mil veces estuve tentado de emprender a cachetes con aquellos sietemesinos pegajosos; pero siempre me detenía pensando que usaba frac y que con tal prenda, y en un salón de baile, es preciso desprenderse de ciertas preocupaciones que se sienten cuando es uno pobre y tiene corazón.
Una noche en que el salón principal de mi casa estaba cual nunca deslumbrador, albergando ese todo Madrid tan zarandeado por los revisteros elegantes, tuve que decir no recuerdo qué cosa a mi mujer, que en aquellos instantes no se encontraba en el baile.

Pregunté a los criados y no supieron contestarme, hasta que por fin me decidí a buscarla yo mismo, encaminándome a su tocador después de recorrer los principales aposentos de la casa.

Abrí la puerta con un llavín que yo poseía y no pude menos de proferir una blasfemia al ver a mi Gabriela abrazada a un elegante que por entonces era el hombre de moda y el favorito de las damas.

La infame aprovechaba aquellas horas de confusión para avistarse con su amante, pues el resto del día lo pasaba siempre a mi lado.

Al contemplar aquella escena, mi sangre se enardeció; mi carácter, fiero e indomable, rompió las trabas sociales que hacía tiempo le oprimían y, faltándome armas, agarré con fuerza colosal una pesada silla y, ciego de furor, púseme a dar golpes a diestro y siniestro.
Después yo no sé ciertamente lo que sucedió.

Sólo recuerdo que al poco rato penetró mucha gente en el tocador, que me arrancaron la silla de las manos, y que aquellos buenos señores se empeñaron en demostrarme que un hombre bien educado ha de reglamentar sus sentimientos y vengarse con todos los requisitos que exige la buena sociedad.

Nombré padrinos, recibí una tarjeta, y el amante de mi mujer se retiró con la cabeza descalabrada.
El escándalo fue completo y todo el mundo tuvo noticias de mi deshonra, a la que benévolamente adjudicó el nombre de chistosa aventura.
La luz del día me sorprendió sentado en mi despacho y con la cabeza apoyada sobre las manos. Durante las muchas horas que permanecí en tal posición, hice las siguientes reflexiones:
Que la falta de mi mujer era debida al deslumbramiento producido por los esplendores de una esfera a la que no estaba habituada.
Que Gabriela y yo hubiéramos sido más felices siendo menos ricos y ocupando una modesta posición.

Que ella tal vez no hubiera empañado mi honor a ser yo un empleado de poco sueldo, imposibilitado de dar en su casa bailes y tés dansants.

Y que, en su consecuencia, la culpa de todo la tenía aquel maldito premio gordo que tanto había trastornado la carrera de mi existencia, y que para poco había venido a servirme, pues por efecto de los bailes y otros caprichos de mi mujer, su cantidad estaba bastante mermada.

IV

La mañana era fría y lluviosa.

A pesar de esto, yo me encontraba tras las tapias del cementerio con una pistola en la mano y teniendo a veinticinco pasos de distancia al amante de mi esposa, armado de igual modo.
Íbamos a saber de parte de quién estaba la razón y para ello erigíamos en tribunal a un par de pistolas. ¡Famosos jueces!
El duelo, merced a mis instigaciones y a los buenos deseos de algunos amigos, tenía mucho de bestial.
Los primeros disparos debían hacerse a veinticinco pasos de distancia y después podíamos avanzar hasta agujerearnos el pellejo a quemarropa.
Los padrinos hicieron la señal; y yo, ansioso de dar muerte a mi enemigo, disparé, sin lograr mi objeto.
El elegante permaneció inmóvil, sin que mi bala le causara el menor daño, y luego avanzó hasta ponerme en el pecho el cañón de su pistola.
Yo estaba desarmado y, como al mismo tiempo veía en el rostro de mi rival señales de hostilidad, no pude menos que sentir miedo.
Mis piernas flaquearon, mi frente se inundó de sudor y, considerando que aquello era un asesinato a mansalva, mi instinto se sublevó y me dispuse a arrojarme sobre mi enemigo.
Pero en el mismo instante sonó una espantosa detonación y sentí mi pecho atravesado por la bala…

—¡Alto ahí! —dije cuando mi amigo Jacinto llegó a semejante punto de su narración—. Yo no comulgo con ruedas de molino, y no puedes hacerme creer que es posible se salve un hombre en un lance tal como tú lo describes.
—Aguárdate un poco —contestó mi amigo—, y te convencerás de la veracidad de mis palabras.

Apenas sonó el tiro y sentí la herida, cuando me encontré en la casa de huéspedes que habito, sentado ante mi humilde mesa.
—¿Cómo puede ser eso?

—Ya sabes que yo (según decís todos) tengo una imaginación febril y que de continuo sueño despierto, hasta paseando por las calles. Pues bien: todo lo que te he relatado no era más que un cúmulo de sucesos creados por mi fantasía en un momento. Aquel día era víspera de nochebuena, o sea el destinado para contemplar algunas alegrías e infinitas decepciones.

Yo, instigado por mi novia Gabriela (que ya te enseñaré cualquier día), había tomado un décimo de billete con la esperanza de lograr con la lotería el medio de casarme pronto con ella.
¿Querrás creer que cuando mi patrona me dio el suplemento que contenía los primeros números premiados no tuve gran interés en leerlos?

En aquellos instantes hasta sentía miedo por si me había tocado el premio gordo.

Tal efecto hicieron en mí las fantasías que había producido mi cerebro soñando despierto.

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Cuentos de Andersen – Hans Christian Andersen.

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Entre Las 10 mejores historias navideñas de todos los tiempos, os hablamos de los Cuentos de Andersen, como una de la colección de relatos con mejor sabor navideño de todos los tiempos

hcaHans Christian Andersen, es un autor danés del siglo XIX, que destacó por ser uno de los mejores creadores de cuentos de hadas para niños de todos los tiempos. Nacido en Odense, Dinamarca, el 2 de abril de 1805, murió el 4 de agosto de 1875 en la casa llamada Rolighed, cerca de Copenhague, donde está enterrado. 

Nacido en una familia muy humilde, su padre era zapatero y su madre lavandera, recibió una buena educación, a pesar de las precarias condiciones económicas de sus padres (se cuenta que en ocasiones tuvo que vivir bajo un puente). Con sólo once años dejó la escuela debido a la prematura muerte de su enfermizo padre, lo que hizo que el resto de su educación la consiguiese gracias a la voraz lectura de obras de Ludvig Holberg y William Shakespeare. Intentó convertirse en cantante de ópera, por lo que se trasladó a Copenhague, donde fracasó, aunque consiguió excelentes amistades que le serían sumamente útiles el resto de su vida, como Jonas Collin, director del Teatro Real, quien le pagó sus estudios.

El_libro_de_los_cuentos_de_AndersenEn 1827 publicó su primer poema El niño moribundo, en la revista literaria Kjøbenhavns flyvende Post, la más prestigiada del momento. A partir de aquí su carrera literaria iría despegando hasta lograr una gran popularidad.

Él mismo en 1844 escribiría: “Hace veinticinco años llegué con mi atadito de ropa a Copenhague, un muchacho desconocido y pobre: y hoy tomé chocolate con la Reina.”

Tocó prácticamente todos los palos de la literatura, pero fueron sus cuentos infantiles los que le lograron la inmortalidad literaria. Obras como El patito feo[1], El traje nuevo del emperador[2], La reina de las nieves, Las zapatillas rojas, El soldadito de plomo, El ruiseñor, El sastrecillo valiente o La sirenita, han sido popularizados universalmente, siendo traducidos a más de 80 idiomas. Sus obras han sido adaptadas al cine, el teatro, ballets, , dibujos animados, juegos y hasta han inspirado grandes obras de la escultura y la pintura. 

Las obras de Andersen son especialmente adecuadas para Navidad, ya que suelen tratar personales desvalidos que reciben la ayuda divina de hadas madrinas o seres fabulosos, que premian su virtud concediéndoles aquello que más anhelan.

Publicado originalmente en Espaciolibros

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