o_TrajeEmperador

Hans Christian Andersen fue un famoso poeta y escritor danés, que nos regaló una gran cantidad de cuentos infantiles, llenos de originalidad y moralejas, más o menos ocultas. Pero hoy no voy a hablaros de él, sino de una de sus obras titulada “El traje nuevo del Emperador”. En esta historia, un Emperador presumido, vanidoso y aficionado a los trajes nuevos, es engañado por dos pícaros que le venden un traje maravilloso, con la increíble virtud de ser invisible para aquellos que no fuesen aptos para su cargo o fuesen irremediablemente estúpidos. Huelga decir que los pícaros engañan a todo el mundo y no confeccionan absolutamente nada, simulando simplemente estar trabajando. Nadie se atreve a confesar que no ve la maravillosa tela, dado que sería tachado inmediatamente de estúpido e incompetente, incluido el mismísimo Emperador. Al final, el Emperador terminó por desfilar por su ciudad, completamente desnudo, incapaz de confesar que en realidad no veía traje alguno sobre su cuerpo. Sólo un niño se atrevió a gritar ¡Pero si no lleva nada!, levantando el murmullo de las gentes. Sin embargo, el Emperador ignoró la voz de la inocencia y continuó su desfile con altivez.

Alguno os preguntaréis por qué traigo aquí este cuento infantil. Lo hago, porque me parece que su moraleja es hoy más actual que nunca. Y es actual, porque en el mundo del arte, la sociedad se ha dejado embaucar por los actuales trúhanes de turno. Como voceros del Emperador, los medios de comunicación y los adalides de la cultura se lanzan a alabar “obras de arte”, en las que se exponen cuadros de colores, manchas de tinta o colores sin sentido ni concierto alguno, por no hablar de las esculturas consistentes en cubos de basura amontonados, telas arrugadas o hierros retorcidos. ¿Es esto realmente arte?

Una parte importante del arte es la experimentación de nuevos medios y formas de expresar, pero ¿significa esto que todo vale? A menudo, oímos a sesudos intelectuales decir que tal o cual obra es buena porque crea emociones en el espectador. ¿Significa eso que crear emociones es el único objetivo del arte? ¿Es, por tanto, el arte un vehículo para crear emociones o sentimientos de cualquier tipo? No, no lo es. Si así lo fuera, todo sería arte porque cualquier aspecto de la vida crea emociones. El ser humano es un ser de emociones y todo lo que le rodea le provoca esas emociones. Decir que todo es arte equivale a decir que nada es arte. Hemos vaciado el contenido de la palabra arte hasta dejarlo en un triste esqueleto de lo que ha sido a lo largo de la historia. Llamamos artista a un actor, a un presentador de televisión o a un escultor especializado en retorcer metales, pero, sin embargo, un alfarero que crea esculturas de arcilla y las vende en los mercadillos es un mero artesano.

Quizá ha llegado el momento de que hagamos caso a ese niño que grita ¡Pero si no lleva nada! Deberíamos mirar las “obras de arte” con los ojos de la inocencia y decir lo que de verdad estemos viendo o sintiendo ante una obra, ignorando por completo a los intelectuales de turno y sus sesudas explicaciones intentando vendernos un nuevo traje para el Emperador. A continuación os dejo un vídeo que aborda este mismo tema.

Foto:  http://www.blasonstudio.com