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Los campos de concentración de Franco

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«Los campos de concentración de Franco» es el título de la última obra de Carlos Hernández de Miguel. Una obra que realiza una investigación exhaustiva de la represión franquista en una de sus peores expresiones; los campos de concentración.

En momentos en que el relativismo histórico intentar reescribir el pasado, de la mano de nostálgicos del régimen, obras como ésta nos devuelven a la realidad del horror vivido en nuestro país. Carlos Hernández, periodista y escritor habitual de diarios digitales como la revista Viajar y Eldiario.es, construye una obra fundamental e imprescindible para cualquier interesado en la historia de España.

En mi novela Sabor a tierra” intenté apuntar sobre el terrible problema de las fosas comunes de nuestro país y pude comprobar como, lamentablemente, muchos españoles desconocían la dimensión real de la tragedia. Carlos Hernández logra en su obra ponernos ante el espejo del verdadero holocausto vivido en nuestro país. Escarbando en archivos municipales y militares, el autor logra acreditar 296 campos de concentración por donde pasaron entre 700.000 y un millón de españoles, que fueron torturados y sometidos a las peores condiciones inimaginables.

Trabajos forzosos, esclavitud, enfermedades y desnutrición provocaron un número de muertos casi imposible de calcular.

Estos campos de concentración (uno de los cuales como os comenté en un pasado artículo estuvo situado en el actual Campo del Rayo Vallecano), se prolongaron en algunos casos hasta el año 1966, como fue el caso de la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía (Fuerteventura), en la que se encarcelaba y «reeducaba» a homosexuales.

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Lamentablemente, vivimos un momento en que el auge de partidos de extrema derecha, está recuperando la España negra, aupados en la ignorancia y la desesperación ante una sociedad cada vez más injusta e insolidaria. Esto está propiciando un auténtico intento de reescribir la historia, volviendo a blanquear y edulcorar la dictadura fascista de Franco que nuestro país sufrió durante 40 años.

Es, por eso, más importante que nunca no dejar que la verdad sea enterrada por la desinformación. Ahí es precisamente donde una obra como “Los campos de concentración de Franco” se convierte en una propuesta brillante y absolutamente clave.

No podemos dejar que nuestra historia sea olvidada porque, simple y llanamente, no podemos permitirnos que vuelva a ser repetida.

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Qué hacer con la Cruz de los Caídos

Desde el reciente cambio de gobierno y, especialmente en los últimos días, se ha desatado en los medios de comunicación una discusión candente que revive periódicamente, como negándose a ser olvidada: ¿Qué hacer con la Cruz de los Caídos y, por ende, con los restos del dictador Francisco Franco?

Algunos, rápidamente, han rescatado el espantajo de la resurrección del frentismo entre españoles para amedrentar, una vez más, a los que reclaman la devolución de sus muertos y la desaparición de los símbolos franquistas de la geografía española.
No es de recibo en una sociedad democrática moderna, donde se aspira al reinado de la ley y de la justicia, mantener símbolos como la nefasta «Cruz de los Caídos» levantados para exaltar, no a los vencedores de la guerra, sino simple y llanamente la victoria del fascismo sobre las aspiraciones de libertad de los pueblos.

En tertulias televisivas y radiofónicas no faltan quienes, en su defensa de lo indefendible, intentan refugiarse en la historia comparando la figura de Francisco Franco con, ni más ni menos, que Napoleón Bonaparte. Toda una desfachatez, de nostálgicos y barrigas agradecidas de la dictadura, que no encuentran otro argumento para defender lo que es simple y llanamente indefendible: el mantenimiento de la exaltación del fascismo en nuestras calles.

Todo esto proviene de un error de base cometido por nuestra democracia: no haber tipificado como delito la «exaltación del franquismo», obviando algo tan elemental como que franquismo y fascismo son la misma ideología y, como tal, deben ser perseguidas por la ley en defensa de los principios democráticos más elementales.

He podido incluso ver en televisión momificados franquistas llegar a criticar la democracia de quienes defienden la ilegalización de la apología del franquismo. Todo un ejercicio de desmedida hipocresía de quienes aspiran a prohibir la propia democracia.

Es hora ya de abandonar los miedos de la transición y afrontar la construcción de un nuevo país, defensor a ultranza de los principios democráticos. Que la «Cruz de los Caídos» se convierta en la «Cruz de la Libertad» y los restos del dictador sean trasladados, donde su familia indique, para que los españoles, por fin, puedan pasar página de uno de los episodios más negros de su historia.

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