Preguntarse por la verdadera naturaleza del arte y la cultura es una tarea ciertamente complicada ya que el resultado de cualquier reflexión se convertirá, sin lugar a dudas, en fuente de controversia, dada la pluralidad de ideas e intereses que estos mundos arrastran tras de sí.
Sin embargo, no me resisto a reflexionar sobre las nuevas formas de expresión artísticas que se multiplican en la mayoría de capitales del mundo. Arte callejero, grafitis, exposiciones en locales de moda o mini teatros, se suceden sin interrupción en los barrios de moda de múltiples ciudades, pero ¿significa esto un avance real de la cultura popular?
Lo cierto es que, a pesar del innegable talento de muchos de estos jóvenes artistas. que buscan en estos espacios un hueco para su arte, hay algo que parece haberse perdido por el camino. Y es que, el arte no es sólo talento, sino que es algo mucho más sutil; es capacidad para hacer sentir y emocionar, para llegar al alma del espectador.
En un mundo rendido al altar del consumo, el arte ha sido el gran sacrificado ante este Dios de la superficialidad. Hoy en día se concede a la obra de un artista el mismo valor que a un producto de supermercado. Un producto valorado principalmente por su capacidad de multiplicar su valor. Sólo así se entiende que muchas exposiciones se hayan convertido en decorado de bares y locales de moda, donde la gente decide entre copa y copa si le gusta o no el artista de turno. No hay nada malo en cual sea el entorno es que el arte de manifieste, pero, sea este el que sea, el arte debe ser el protagonista no un mero actor secundario de una velada dedicada al ocio.
No quiero con esto criticar el hecho de que el arte se exponga en lugares populares, de hecho, en épocas pasadas también los artistas se reunían en locales, pero lo hacían, no sólo para mostrar sus obras al público, sino también para discutir y compartir sus emociones y, sobre todo, para hablar del mundo que les rodeaba. El arte siempre ha sido crítico y comprometido, una herramienta esgrimida con talento que aspiraba a mejorar el mundo. Ahora, y sin querer generalizar de manera injusta, lo cierto es que, en algunas ocasiones, en las reuniones de jóvenes artistas la conversación más comprometida que podemos encontrar es si es o no adecuado el pepino en el gin tonic que se están tomando.
Algo muy mal estamos haciendo cuando en lugar de ser el arte el que aspira a cambiar el mundo, es éste el que está cambiando el arte, transformándolo en mero attrezzo de nuestra superficialidad.
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