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El Visitante (6ª PARTE)

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 EL VISITANTE (6ª PARTE)

Cuando los tentáculos de la criatura comenzaron a enroscarse alrededor se sus brazos, un dolor lacerante atravesó su cuerpo como si mil cuchillas ardientes penetraran su piel. Estaba a punto de perder la conciencia por el terrible dolor, cuando notó que los tentáculos retrocedían comenzando a liberarle. Al principio no entendió lo que sucedía, estaba demasiado confuso y aterrorizado para comprender que el azar del destino había girado su caprichosa ruleta a su favor. Gotas de agua vivificadora golpearon su rostro, al principio tímidamente, pero después con más fuerza, contribuyendo a aclarar su mente. Miró a su alrededor y vio como los horribles habitantes de aquel pueblo olvidado corrían a esconderse a sus hogares, como si una fuerza invisible les persiguiese. Tan sólo el sacerdote permaneció unos instantes más mirándole fijamente. Wortingthon pudo sentir sus ojos golpearle con profundo desprecio y odio, antes de que él también abandonase la plaza, tras sus asustados acólitos.

Aún aturdido, Wortingthon miró hacia el cielo, esperando encontrar la mole de aquella criatura obscena aún sobre él, pero en su lugar sólo pudo contemplar un cielo encapotado, que derramaba sobre el la furia de una tormenta. Entonces fue cuando se dió cuenta de lo sucedido, de alguna forma que no entendía aquellas criaturas no soportaban agua, su naturaleza corrompida no era capaz de enfrentarse a un elemento tan natural, quizá porque representaba la esencia de la pureza mientras ellos no eran más que naturaleza corrupta. Mientras el agua empapaba la piedra oscura en que se hallaba sujeto, Wortingthon notó como su cuerpo comenzaba a resbalar por la superficie.

Creía estar atado de alguna manera al monumento, pero se equivocaba, aquel material extraño le había mantenido adherido a él, casi succionando su cuerpo a través de la piedra y, ahora, el agua le estaba liberando. Poco a poco fue rebalando por la piedra, hasta alcanzar el frío enlosado de la calle con un golpe sordo. Estaba completamente desnudo y la lluvia golpeaba su cuerpo con furia, pero Wortingthon no notaba las inclemencias del tiempo, tan sólo sabía que era libre.

Wortingthon corrió, corrió como nunca lo había hecho antes. Se adentró en plena noche en los bosques escarpados y corrió con desesperación y locura, arriesgándose a caer y despeñarse en cualquiera de los desfiladeros, que se multiplicaban en aquellos lugares, o a ser presa de los lobos hambrientos que vagaban por la montaña. Pero acompañado por la fortuna que antes se le negase, consiguió sobrevivir. Le encontraron dos días después. Según le describieron los leñadores que dieron con él inconsciente entre los árboles, aún se encontraba desnudo y su cuerpo era un mapa confuso de arañazos y contusiones sin fin. Pero lo que más les llamó la atención, fueron sus pies. A penas una fina capa de piel quedaba ya junto al hueso de la planta de sus pies sanguinolentos.

Cuando le trajeron al hospital en que yo trabajaba de enfermero, nadie pensaba que sobreviviría con las terribles heridas que tenía, pero sólo dos días después recuperó al consciencia. Fue allí, junto a su cama, mientras le cambiaba los vendajes que cubrían casi todo su ,donde oí por primera vez su historia. Huelga decir que nadie le creyó. Casi todos pensaron que se trataban de alucinaciones. El rumor más extendido era que había sido atacado por bandidos y abandonado en el bosque y que su mente enloquecida había inventado aquel fantástico relato. Pero yo no estaba tan seguro.

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Escrito por: Juan Carlos Boíza López

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