Cabecera Jack el destripador

Categoría: Relato Página 4 de 5

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El Visitante (6ª PARTE)

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 EL VISITANTE (6ª PARTE)

Cuando los tentáculos de la criatura comenzaron a enroscarse alrededor se sus brazos, un dolor lacerante atravesó su cuerpo como si mil cuchillas ardientes penetraran su piel. Estaba a punto de perder la conciencia por el terrible dolor, cuando notó que los tentáculos retrocedían comenzando a liberarle. Al principio no entendió lo que sucedía, estaba demasiado confuso y aterrorizado para comprender que el azar del destino había girado su caprichosa ruleta a su favor. Gotas de agua vivificadora golpearon su rostro, al principio tímidamente, pero después con más fuerza, contribuyendo a aclarar su mente. Miró a su alrededor y vio como los horribles habitantes de aquel pueblo olvidado corrían a esconderse a sus hogares, como si una fuerza invisible les persiguiese. Tan sólo el sacerdote permaneció unos instantes más mirándole fijamente. Wortingthon pudo sentir sus ojos golpearle con profundo desprecio y odio, antes de que él también abandonase la plaza, tras sus asustados acólitos.

Aún aturdido, Wortingthon miró hacia el cielo, esperando encontrar la mole de aquella criatura obscena aún sobre él, pero en su lugar sólo pudo contemplar un cielo encapotado, que derramaba sobre el la furia de una tormenta. Entonces fue cuando se dió cuenta de lo sucedido, de alguna forma que no entendía aquellas criaturas no soportaban agua, su naturaleza corrompida no era capaz de enfrentarse a un elemento tan natural, quizá porque representaba la esencia de la pureza mientras ellos no eran más que naturaleza corrupta. Mientras el agua empapaba la piedra oscura en que se hallaba sujeto, Wortingthon notó como su cuerpo comenzaba a resbalar por la superficie.

Creía estar atado de alguna manera al monumento, pero se equivocaba, aquel material extraño le había mantenido adherido a él, casi succionando su cuerpo a través de la piedra y, ahora, el agua le estaba liberando. Poco a poco fue rebalando por la piedra, hasta alcanzar el frío enlosado de la calle con un golpe sordo. Estaba completamente desnudo y la lluvia golpeaba su cuerpo con furia, pero Wortingthon no notaba las inclemencias del tiempo, tan sólo sabía que era libre.

Wortingthon corrió, corrió como nunca lo había hecho antes. Se adentró en plena noche en los bosques escarpados y corrió con desesperación y locura, arriesgándose a caer y despeñarse en cualquiera de los desfiladeros, que se multiplicaban en aquellos lugares, o a ser presa de los lobos hambrientos que vagaban por la montaña. Pero acompañado por la fortuna que antes se le negase, consiguió sobrevivir. Le encontraron dos días después. Según le describieron los leñadores que dieron con él inconsciente entre los árboles, aún se encontraba desnudo y su cuerpo era un mapa confuso de arañazos y contusiones sin fin. Pero lo que más les llamó la atención, fueron sus pies. A penas una fina capa de piel quedaba ya junto al hueso de la planta de sus pies sanguinolentos.

Cuando le trajeron al hospital en que yo trabajaba de enfermero, nadie pensaba que sobreviviría con las terribles heridas que tenía, pero sólo dos días después recuperó al consciencia. Fue allí, junto a su cama, mientras le cambiaba los vendajes que cubrían casi todo su ,donde oí por primera vez su historia. Huelga decir que nadie le creyó. Casi todos pensaron que se trataban de alucinaciones. El rumor más extendido era que había sido atacado por bandidos y abandonado en el bosque y que su mente enloquecida había inventado aquel fantástico relato. Pero yo no estaba tan seguro.

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Escrito por: Juan Carlos Boíza López

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La Orden del Temple

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No existe documentación suficiente para determinar con exactitud cuándo ni cómo se fundó la Orden del Temple, sin embargo existe bastante consenso en situar este hecho en el año 1118 cuando un grupo de caballeros se congregaron en Jerusalén  para consagrarse al  servicio de Dios, siguiendo la regla de San Agustín y haciendo ante el patriarca Gormondo los tres votos ordinarios de obediencia, pobreza y castidad, más  un cuarto voto de defender y preservar los Santos Lugares, así como  proteger a los peregrinos. El rey Balduino II les cedió el ala de su palacio situado en la antigua mezquita de Al-Aqsa, en el Monte del Templo, de ahí su nombre posterior, templarios.

imagesSe desconoce la identidad de todos los caballeros que iniciaron la Orden de los Templarios, aunque entre sus fundadores se menciona a Hugo de Payns, así como el flamenco Godofredo de San Omer, Godofredo Bisol, Payen de Montdidier, Rossal y Archibaldo de Saint-Amand. Una carta del rey Balduino nos permite conocer a otros dos caballeros cuyos nombres son André y Gondemaro.

Mucho se ha especulado sobre las actividades que habrían desarrollado los primeros templarios desde 1118 a 1127. Lo cierto es que durante esos nueve años los frailes templarios conservaron el hábito secular, pero poco más se sabe de lo que hicieron en las ruinas del Templo de Salomón y de sus actividades de protección a los peregrinos en Tierra Santa. Cuando regresaron a Europa en 1.127, encabezados por Payns, fueron recibidos con los más altos honores, y allá les esperaba el padre invisible de la Orden, Bernardo de Clairvaux. Fue este monje quien redactó los reglamentos de la Orden y convocó el Concilio de Troyes en 1.128, al cual asistió el propio Papa Honorio II, donde fueron reconocidos oficialmente y se les impuso un manto blanco como distintivo; más tarde, Eugenio III, añadió una Cruz Roja Octogonal.

A partir de este momento la Orden experimentaría un crecimiento económico, militar, político y religioso espectacular que les llevaría en 1170 a extenderse por toda Francia, Alemania, España y Portugal.

Resultado de imagen de grialSe ha especulado enormemente con el origen de sus inmensas riquezas; se ha dicho desde que encontraron en tesoro del templo de Salomón durante su estancia a Jerusalén, que se hicieron con el Santo Grial o el Arca de la Alianza, y hasta que fueron los primeros en descubrir el continente americano y explotar sus riquezas. Sea como fuere el hecho es que se convirtieron en el imperio económico, militar, político, religioso y científico más importante de Europa con:

  • 9.000 encomiendas (granjas y casas rurales)
  • Un ejército de 30.000 caballeros (sin contar escuderos y sirvientes, artesanos y albañiles)
  • Más de medio centenar de castillos
  • Una flota propia de barcos (con puertos privados)
  • La primera banca internacional

Sin embargo, pese a todo este inmenso poder, 200 años más tarde fueron destruidos, sin oponer resistencia por su parte. En Francia, en 1.314, más de 15.000 caballeros del Temple fueron arrestados, sin aviso y sin más razón que un mandato real, y condenados a la hoguera y sus bienes pasaron finalmente a la corona. Un fuerte aliado de Felipe IV, fue el visir Nogaret, maquiavélico personaje que ideó el plan para la destrucción de la Orden. También se dio la circunstancia de que en un plazo de dos años murieron, misteriosamente, dos Papas (curiosamente enemigos del rey de Francia), y ocupó el trono papal Clemente V, una persona débil y manejable, que acató todas las pruebas presentadas contra los caballeros templarios: herejía, blasfemias (como escupir y pisar la cruz en las iniciaciones de los caballeros), sodomía, adoración de ídolos demoníacos como el misterioso Bafomet, etc.

Nunca se pudieron demostrar estas acusaciones, aunque se conservan testimonios de caballeros templarios confesando lo que sus verdugos querían, bajo el poder de  tremendas torturas. El propio Jacques de Molay (XXIV Gran Maestre), fue quemado vivo el 19-3-1.314, tras siete años de prisión y tortura, frente al gran monumento gótico Nótre Dame. Allí se retractó públicamente de cuantas acusaciones se había visto  obligado a admitir, proclamó la inocencia de la orden e invitó a los culpables de todo aquello a unirse, en el plazo de un año, al juicio de Dios. Esta maldición se cumplió, el Papa Clemente V , Nogaret y Felipe IV murieron antes de finalizar el año, por causas naturales.

Pero con la muerte de Jacques de Molay no acabó la orden. Los caballeros que huyeron a otros países formaron nuevas órdenes como la Orden de Cristo en Portugal, la Orden de San Andrés en Finlandia o la Orden de Montesa en España.

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El Visitante (5ª Parte)

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EL VISITANTE (5ª PARTE)

Aturdido, sacudió su rostro intentando apartar de su mente las brumas que la envolvían, pero la voz del sacerdote volvió con más fuerza mientras nuevas imágenes iban formándose ante sus ojos cerrados. Vio de nuevo pasar las eras y a nuevas criaturas emerger del fango primigenio, pero esta vez le eran más familiares. Poco a poco, sus formas fueron concretándose en figuras animales que, aunque ya desaparecidas, le resultaban peculiarmente conocidas. Una nueva criatura destacaba entre todas las demás. Su forma era vagamente humana, pero sus facciones parecían animales. Se dio cuenta de que estaba viendo a uno de los primero homínidos andar, vivir y evolucionar ante sus ojos, hasta ir alcanzando el aspecto del hombre actual.

Pero había algo terrible en la escena; aquellos primeros hombres no estaban solos. Junto a ellos se encontraban unas figuras oscuras, como sombras, que evolucionaban como parásitos, espiando a una humanidad desprevenida. En ellos percibió el hedor inconfundible de las criaturas monstruosas primigenias que habían destruido su mundo. Era como si su esencia estuviese corrompida por el aliento expectante de aquellas monstruosidades. Eran como los hombres, pero no eran hombres. Eran una triste parodia de la humanidad, creada para crecer a su sombra, viviendo de su energía y potencial, con el único propósito de servir a sus monstruosos dioses creadores, en su intención de volver a reinar sobre el mundo, tal y como lo hiciesen en el pasado.

Wortingthon abrió sus ojos desencajados por el espanto y comprendió que los rostros mortecinos que le rodeaban, no eran otra cosa que aquella copia blasfema de la humanidad. Unos seres que acechaban al hombre, con el único propósito de devolver a sus dioses de pesadilla a la Tierra, y sacrificar a la humanidad en el altar de sus sacrílegos creadores.

El cielo comenzó a estremecerse y un extraño remolino de nubes empezó a girar sobre su cabeza. Lo que al principio eran formas gaseosas indefinidas, fue tomando coherencia, hasta concretarse en algo cada vez más sólido. Largos tentáculos y un cuerpo deforme, que reconoció de inmediato como el representado en la iglesia horcaleña, se formó sobre él, comenzando a descender con lentitud. Comprendió que estaba contemplando uno de aquellos dioses primigenios. Una de las bestias que, tras destruir su mundo, esperaban, escondidos en abismos de locura, para volver a conquistar la Tierra que una vez fuera suya.

La letanía del sacerdote terminó y un silencio sepulcral lo inundó todo. El fluir habitual de aire pareció suspenderse como si la naturaleza misma se sintiese amenazada. Wortingthon pudo sentir en su mente, como aquel ser, que se acercaba a él cada vez más, sentía un odio feroz hacia él. Una envidia malsana, una repugnancia hacia el ser humano, casi sólida, que hizo comprender a Wotingthon, que no sólo su vida estaba en peligro, sino que también su propia alma lo estaba. Aquel ser no se conformaría con consumir su cuerpo, sino que buscaba alimentarse de su misma energía espiritual, de la esencia que le convertía en un ser humano, y que era lo que aquella horrible criatura realmente odiaba.

Cuando los húmedos tentáculos de la criatura comenzaron a deslizarse por la pulida superficie negra del monumento, hasta rozar la piel de su rostro, Wortingthon comenzó a rezar una plegaria como nunca lo había hecho. Imploró a Dios con toda la fuerza de su corazón mientras lágrimas de rabia e impotencia resbalaban por sus mejillas.

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Escrito por: Juan Carlos Boíza López

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El Visitante (4ª Parte)

EL VISITANTE (4ª PARTE)

Caras cenicientas, peculiarmente oliváceas y tristes, le contemplaban con miradas perdidas y muertas, como si algo hubiese robado de aquellos lánguidos rostros el brillo de la vida. El hombre que levantaba la antorcha era, sin embargo, distinto a los demás. Su rostro alargado y de tez blanca como el mármol, parecía lleno de una extraña fuerza y maldad, que asomaba por sus ojos enrojecidos como una fuerza enloquecedora. Sus ropas también destacaban en medio del gentío. En vez de las telas anodinas y poco lustrosas del resto de habitantes del pueblo, aquel hombre lucía una túnica roja, probablemente de seda, repleta de adornos dorados que trazaban extraños dibujos retorcidos sobre su pecho y hombros. Se trataba con toda seguridad del sacerdote de aquella terrible comunidad.

Cuando Wortingthon consiguió observarle con mayor detalle, mientras se acercaba hacia él con la antorcha en la mano, algo le hizo volver a sentir un espanto irreprimible. Quizá, presa del terror, su mente comenzase a fallar en aquel momento, pero lo cierto es que creyó percibir como, debajo de aquella túnica de color sangre, extrañas formas parecían zigzagear y contornearse, como si alguna criatura que no se atrevía ni a imaginar, se encontrase allí agazapada. Sin poderlo evitar, volvió a gritar con toda la fuerza que sus pulmones exhaustos le permitieron.

Cuando agotado volvió a reclinarse, escuchó como aquel fanático sacerdote comenzaba a entonar un extraño cántico, en un lenguaje que le resultó imposible de identificar. La intensidad de la extraña letanía fue incrementándose y una extraña sensación comenzó a apoderarse de Wortinthong. En su mente comenzaron a formase imágenes y sonidos que le eran desconocidos y ajenos, pero que poco a poco fueron ganando en coherencia. Su mente estaba siendo invadida por recuerdos que no eran suyos, recuerdos lejanos de épocas pretéritas, tan lejanas, que resultaban casi imposibles de comprender para una mente humana.

Tierras y aguas se separaron de un maremágnum inicial sin sentido. Abismos insondables y cumbres vertiginosas se crearon y murieron ante sus ojos, mientras criaturas incipientes se arrastraban por unas superficies de tierra aún poco sólida. Aquellos pequeños organismos primitivos fueron ganando en complejidad hasta convertirse en criaturas monstruosas, de formas hoy olvidadas e imposibles de describir. Aquellos seres cobraron conciencia de sí mismos y, arrastrándose sobre sus tentáculos y extremidades deformes, comenzaron a transformar el mundo. Wortinghton pudo percibir sus mentes y comprendió que los recuerdos que sentía eran sus recuerdos.

Con horror percibió claramente la inhumanidad de aquellas inteligencias, carentes de valores humanos y llenas de una crueldad y una maldad casi insoportables. Las vio luchar entre ellas por el poder, mientras se multiplicaban, animadas por el odio y el desprecio a su propia especie. Al final, aquellas luchas fueron mermando su número, hasta el punto de que sólo sobrevivieron los más fuertes y crueles. Sin embargo, tras su vitoria despiadada, comprendieron que su mundo había quedado destruido por sus luchas brutales. Horrorizados, huyeron a ocultarse en simas sin fondo, hasta que pudieran volver a dominar una tierra productiva.

Fue entonces cuando Wortingthon supo que aquellas criaturas aún permanecían, después de eones escondidas y aletargadas, esperando su oportunidad para volver a sumir el mundo en el violento caos que las vio nacer.

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Escrito por: Juan Carlos Boíza López

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El Visitante (3ª parte) – Juan Carlos Boíza López

 
EL VISITANTE (3ª PARTE)
Aunque sólo por un instante pudo fijar su atención sobre el mar de rostros blanquecinos que desde la penumbra se giraron para observarle, creyó percibir de inmediato una oleada de profundo de desprecio, que le golpeó con la fuerza de un húmedo y sofocante torbellino confundiendo sus sentidos. Todo a su alrededor empezó a desvanecerse y la oscuridad de aquel edificio fue nublando su mente hasta invadirla, sumiéndole en un mar de tinieblas.
Lo que ocurrió después es algo que Wortingthon nunca fue capaz de narrar con claridad a los que tuvimos la terrible oportunidad de oír este relato de sus propios labios. Aunque la negritud era total, fue consciente entre pesadillas de que su cuerpo era manipulado y transportado por manos invisibles de tacto húmedo e inhumano. Aquellos dedos fríos parecían capaces de tocar con su tacto pervertido su misma esencia a través de sus ropas, y, aunque inconsciente e incapaz de moverse, Wortingthon fue presa de un terror irracional, que ninguna mente humana puede ser capaz de comprender salvo en iguales y terribles circunstancias.
Cuando finalmente Wotingthon pudo librarse del terrible velo que cubría su mente, fue consciente de que habían transcurrido horas desde que se sumiese en aquella terrible pesadilla. Si en algún rincón de su atormentado cerebro aún pervivía la remota esperanza de ser víctima de algún tipo de complicada alucinación, lo que sus ojos contemplaron le arrancaron sin piedad de tal ilusión, arrojándole con crueldad a la espantosa realidad que le rodeaba.
Lo primero que contempló con incredulidad fue un terrible cielo negro sobre su cabeza. La luz del día había desaparecido y en su lugar un firmamento oscuro cubierto de nubes de color ceniza y viudo de estrellas, ocupaba su lugar. Ni siquiera pudo contemplar desde donde se encontraba la luna, que debería brillar casi llena en aquellas fechas.
Wortingthon intentaba girar su cabeza en busca del astro rey de la noche, cuando fue consciente de forma dolorosa de que sus brazos y piernas se hallaban inmovilizados al igual que el resto de su cuerpo. Con estupor comprendió que se encontraba completamente desnudo y atado a una fría losa, que al principio no supo identificar, pero que cuando poco a poco su mente fue ganado en claridad, reconoció con asombro horrorizado como la flecha central de aquel extraño monumento con forma de tridente semienterrado que encontrase en el centro del pueblo a su llegada.
La posición de la flecha, ligeramente inclinada, le obligaba a enfrentar su rostro al firmamento amenazador. Con un gran esfuerzo consiguió girar su cabeza hacia la calle, donde pudo contemplar una muchedumbre de siluetas, acaso humanas, que le contemplaban en completo silencio.
Fue aquel silencio irracional y su quietud fantasmal lo que más espantaron a Wortingthon, que sin poderlo remediar comenzó a gritar de puro terror, Ninguna de las figuras que le contemplaban se estremeció siquiera con su agónico grito, lo que aumentó el horror que sentía Wortingthon. Tras unos minutos de angustia terrible, un cansancio abrumador se apoderó de Wortingthon que, agotado e impotente, quedó en silencio casi resignado a su extraño destino. Su miedo, más allá de todo límite tolerable para una mente racional, dio pasó a la incredulidad, preliminar de la locura que amenazaba con invadir de forma inminente la atormentada mente del pobre viajero.
Fue en ese momento cuando una de las figuras se movió avanzando hacia él con seguridad. Una antorcha pareció surgir de la nada y Wortingthon pudo por fin contemplar el rostro de sus captores.
Escrito por: Juan Carlos Boíza López

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