“La historia no se repite pero rima” es una cita habitualmente atribuida a Mark Twain, que resulta extremadamente adecuada a la realidad que estamos viviendo.
Hace muy poco saltaba a las redes sociales la imagen que encabeza este artículo. El fotógrafo palestino Mustafa Hassona lograba capturar el momento en que un gazati utiliza su honda para atacar a las fuerzas israelíes, mientras sujetaba la bandera palestina. Rápidamente, todo el mundo resaltó su paradójico parecido con el famoso cuadro de 1830 “La libertad guiando al pueblo” de Eugene Delacroix.
Nos sorprende el parecido entre ambas imágenes, pero debería sorprendernos aún más cómo el ser humano tiende a repetir de forma similar situaciones sociales e históricas. Es legítimo, por tanto, preguntarnos, si realmente estamos siendo capaces de aprender de nuestros errores pasados.
Yendo a la situación política y social actual, es lamentable observar como, las situaciones vividas tras la Gran Depresión de 1929, parecen volver a repetirse tras la Gran Recesión del 2008. En los años posteriores a la Gran Depresión, la inestabilidad política llevó al auge de la extrema derecha y del fascismo, provocando a posteriori el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Actualmente vivimos el auge de esas mismas fuerzas ultraderechistas de corte fascista, que van aumentando su representación política e incluso están llegando al gobierno en numerosos países.
Partidos, que desprecian los valores de la democracia y que viven de enfrentar a las clases obreras y desfavorecidas entre si, alcanzan, increíblemente, un calado de votos cada vez mayor entre esas mismas clases obreras. ¿Cómo es posible?
La explicación es sencilla pero no por ello fácil de solucionar. La ultraderecha se ha alzado sobre el descontento provocado por los partidos tradicionales, que se han solazado en un bipartidismo turnista en el poder, ciegos antes la voracidad de un mercado y un capitalismo ultra liberal. Un capitalismo salvaje que ha terminado por devorar las expectativas de futuro de grandes capas de la sociedad. Una clase media desaparecida y un mercado financiero inmoral, capaz de apoyar hasta el propio fascismo si éste les garantiza el mantenimiento de su estatus, hacen el resto para pintar el desolador panorama actual.
Como en el pasado, el odio al diferente, por raza, sexo, religión o procedencia es azuzado por estos partidos fascistas como explicación simplista a todos los problemas que nos sacuden, dejando ir de rositas al verdadero culpable: un darwinismo social y económico totalmente desbocado.
La solución pasa inexorablemente por la educación, único remedio eficaz contra la ignorancia social. Sólo desde una sociedad bien asentada culturalmente se puede evitar el resurgimiento de las ideologías del odio. Una apuesta inequívoca por la educación puede prevenir y vacunar a las sociedades contra el olvido, y permitirnos avanzar sobre los errores de nuestros antepasados.
Cuando la historia se olvida, el resultado es su repetición o, por lo menos, su rima en las estrofas más desagradables.