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EL VISITANTE (5ª PARTE)

Aturdido, sacudió su rostro intentando apartar de su mente las brumas que la envolvían, pero la voz del sacerdote volvió con más fuerza mientras nuevas imágenes iban formándose ante sus ojos cerrados. Vio de nuevo pasar las eras y a nuevas criaturas emerger del fango primigenio, pero esta vez le eran más familiares. Poco a poco, sus formas fueron concretándose en figuras animales que, aunque ya desaparecidas, le resultaban peculiarmente conocidas. Una nueva criatura destacaba entre todas las demás. Su forma era vagamente humana, pero sus facciones parecían animales. Se dio cuenta de que estaba viendo a uno de los primero homínidos andar, vivir y evolucionar ante sus ojos, hasta ir alcanzando el aspecto del hombre actual.

Pero había algo terrible en la escena; aquellos primeros hombres no estaban solos. Junto a ellos se encontraban unas figuras oscuras, como sombras, que evolucionaban como parásitos, espiando a una humanidad desprevenida. En ellos percibió el hedor inconfundible de las criaturas monstruosas primigenias que habían destruido su mundo. Era como si su esencia estuviese corrompida por el aliento expectante de aquellas monstruosidades. Eran como los hombres, pero no eran hombres. Eran una triste parodia de la humanidad, creada para crecer a su sombra, viviendo de su energía y potencial, con el único propósito de servir a sus monstruosos dioses creadores, en su intención de volver a reinar sobre el mundo, tal y como lo hiciesen en el pasado.

Wortingthon abrió sus ojos desencajados por el espanto y comprendió que los rostros mortecinos que le rodeaban, no eran otra cosa que aquella copia blasfema de la humanidad. Unos seres que acechaban al hombre, con el único propósito de devolver a sus dioses de pesadilla a la Tierra, y sacrificar a la humanidad en el altar de sus sacrílegos creadores.

El cielo comenzó a estremecerse y un extraño remolino de nubes empezó a girar sobre su cabeza. Lo que al principio eran formas gaseosas indefinidas, fue tomando coherencia, hasta concretarse en algo cada vez más sólido. Largos tentáculos y un cuerpo deforme, que reconoció de inmediato como el representado en la iglesia horcaleña, se formó sobre él, comenzando a descender con lentitud. Comprendió que estaba contemplando uno de aquellos dioses primigenios. Una de las bestias que, tras destruir su mundo, esperaban, escondidos en abismos de locura, para volver a conquistar la Tierra que una vez fuera suya.

La letanía del sacerdote terminó y un silencio sepulcral lo inundó todo. El fluir habitual de aire pareció suspenderse como si la naturaleza misma se sintiese amenazada. Wortingthon pudo sentir en su mente, como aquel ser, que se acercaba a él cada vez más, sentía un odio feroz hacia él. Una envidia malsana, una repugnancia hacia el ser humano, casi sólida, que hizo comprender a Wotingthon, que no sólo su vida estaba en peligro, sino que también su propia alma lo estaba. Aquel ser no se conformaría con consumir su cuerpo, sino que buscaba alimentarse de su misma energía espiritual, de la esencia que le convertía en un ser humano, y que era lo que aquella horrible criatura realmente odiaba.

Cuando los húmedos tentáculos de la criatura comenzaron a deslizarse por la pulida superficie negra del monumento, hasta rozar la piel de su rostro, Wortingthon comenzó a rezar una plegaria como nunca lo había hecho. Imploró a Dios con toda la fuerza de su corazón mientras lágrimas de rabia e impotencia resbalaban por sus mejillas.

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Escrito por: Juan Carlos Boíza López